Viajar nos ayuda a abrirnos al mundo y a mejorar como personas. Supone culturizarnos viviendo experiencias inéditas, nos ayuda a manejarnos en cualquier parte del mundo y a hablar con gente con una forma de vida distinta.

Lo cierto es, que la opción de recorrer Asia, el continente de moda, es una de las opciones más frecuentes entre la gente de nuestro ambiente. Pero mis amigos y yo quisimos dar un paso más allá.Hablamos con compañeros de clase que ya habían hecho un voluntariado otros años y nos aventuramos a dar clases de inglés a niños en Indonesia. No es raro que cuando cuentas que te vas a hacer un voluntariado en el extranjero, te contesten: “no hace falta irse tan lejos, aquí también hay mucho que hacer”. Nadie lo niega, y de hecho yo apoyaba esto hasta que llegue al colegio en el que me tocó dar clase. En ese momento te das cuenta de que tenemos mucho más que ofrecerles que una simple clase de inglés.

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El colegio al que íbamos todos los días estaba situado en un pequeño pueblo a las afueras de Ubud, la capital de Bali. Las aulas eran pequeñas y antiguas, y la zona de recreo no tenía modernas instalaciones deportivas, siendo esto mucho más de lo que realmente se necesita para transmitir conocimientos.
Por las mañanas cooperábamos con la fundación, asegurando que todo funcionara de forma fluida. Nos encargábamos de tener todo el material necesario para dar las clases, hojas de ejercicios y juegos preparados. Parte de nuestra responsabilidad consistía en decidir el temario a cubrir en cada clase, y ver cuánto podíamos avanzar cada día de tal forma que los alumnos aprendieran de la manera más rápida y entretenida posible.

Por la tarde,
una vez terminaban las clases de educación primaria, llegábamos al colegio los otros voluntarios y yo. Se nos recibía como si fuéramos Bruce Springsteen en su mejor concierto, todos querían darnos la mano y guiarnos hasta el aula.
Con gran entusiasmo se peleaban por ser el primero en responder.
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Aunque no tengan mucho para vivir, no lo necesitan, son felices, valoran enormemente cualquier cosa que tengas que ofrecer y sobre todo, te transmiten ese sentimiento de positividad ante la vida. Nuestra labor era enseñarles a defenderse en inglés; los números, colores, animales… Frente a nosotros teníamos el primer día a una pequeña clase de 7 u 8 niños, alegres, y con una gran capacidad de aprendizaje. Para nuestra sorpresa, tres semanas después nos tuvimos que despedir de un ya no tan pequeño grupo 1*A, con casi 50 alumnos. Después de muchos juegos, canciones y lecciones aprendidas, llegaba el duro momento de despedirnos.
Aunque no nos pudiésemos comunicar con los niños debido al idioma, eso no nos impidió congeniar con ellos como si hubieran sido nuestros mejores amigos desde la infancia. Habíamos creado juntos recuerdos que nunca olvidaríamos y aprendido valores que a todos nos han hecho mejores personas.
Esta experiencia tan inolvidable no finaliza aquí, porque no puedo olvidarme de mencionar al resto de voluntarios con los que compartíamos el día a día. Desde estudiantes como nosotros hasta familias enteras que había decidido renunciar a sus vacaciones para aportar su granito de arena.
Dejando a un lado las condiciones de vida a las que estábamos acostumbrados, nos adentrábamos en un ambiente nuevo, de ilusión y felicidad y así, los 100 voluntarios que acudimos a Bali con IVHQ nos volvimos una gran familia. Lo que en España parecía importante aquí ya no lo era.
Una gran lección sobre la vida que nunca olvidaré.

Por Leticia Rueda González-Valerio.
Coordina María González-Valerio y de Alós.

 

 

 

 

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