Trasladar al papel lo allí vivido no es una tarea nada, pero nada fácil. Os lo puedo garantizar. Lo hago entre vista judicial y vista, no me queda otro remedio, no encuentro otro hueco razonable.

Escribir para mí es un solaz refugio de mis sentimientos. Me complazco en la escritura. Por lo que me armo de valor y decido no defraudar a la directora de esta magnífica publicación. Llevo días pensando en escribir sobre aquello, sé que tengo que hacerlo, y sé que está no será la última vez que lo haga.

Nuestros amigos, y miembros de grupo de matrimonios, Iñigo y Gloria Ventosa, nos proponen finalizando el invierno, embarcarnos con ellos esta “aventura” con la familia al completo:
Ir a Cuba de misión en el mes de agosto.
Creo que ni me lo planteé la primera vez que lo dijeron. Sin embargo, algo tocó el corazón de Elisa y meses después me lo propuso ella muy en serio. Entonces sí, si me lo planteé, y todo me pareció un disparate, la premura, el muy elevado precio de los vuelos, sin contar con el resto de previsibles gastos, el viajar a lo desconocido con niños pequeños a zonas de condiciones que sabía difíciles. Sinceramente no lo veía. Solos, puede, en familia no.

Finalmente me pudo el brillo de los ojos de Elisa cuando hablaba de Cuba, el relato de nuestra hija mayor que ya había estado allí hacía dos años, y mi indómito espíritu de aventura que me persigue y siempre me lleva un poco más allá.

Me embarco con toda la familia en la odisea. Nos vamos los ocho a Cuba. Tengo que dejar a mi perro al cuidado de alguien de confianza (lo que sucedió finalmente). Vacunas que no llegan, inciertos preparativos, información no muy halagüeña que recibo de los que nos precedieron allí sobre las condiciones de vida … Ya no hay marcha atrás. Y gracias a Dios que no la hubo.

Tenemos la fortuna, por circunstancias del destino, de volar en bussines.
Llegamos descansados pues.
Estamos en Cuba, en la mítica Habana, es día 8 de agosto.
El primer milagro acontece en el mismo aeropuerto.
Todo llega, menos una pequeña maleta con diversos objetos para la misión, una pena, pero nada personal, y ¡pasamos los controles sin ningún registro!
Nos habían anunciado todo lo contrario.
¡Con todo lo que para allí llevábamos de medicamentos, objetos de aseo personal, material escolar, deportivo, religioso, etc… me sentía como un pequeño traficante, y me veía dando, inventando, explicaciones al policía de turno para negociar, como fuese, la entrada de todo aquello en la isla! .

Pues no, nada de eso.
Primer regalo, por demostración: confianza plena en los planes de Dios.
Si algo tenía y me quedaba claro era que no íbamos de vacaciones.

Hoy hubiese intentado llevar el triple, de todo.
Segundo regalo, por experiencia:  las vacaciones del espíritu recibidas descansan el cuádruple que las físicas.

Nos toca esperar las visas religiosas, que vienen con el Padre Bladimir Navarro, sin poder pasar el control. Entramos de lleno en el ritmo cubano (caribeño).
Aparece una hora después de lo previsto.
Nadie se preocupa especialmente de nosotros durante ese tiempo a Dios gracias.

Por fin llego, llegamos a destino las dos familias (la familia VG, que también vino, iba a otro lugar diferente.
Les dejamos por el camino) y los jóvenes que nos acompañaban hacia su propia misión, parte de nuestrso hijos incluidos, tras un viaje interminable en autobús entre La Habana y Santa Cruz del Sur.

Santa Cruz del Sur. Al sur de la provincia Camagüey, pegada al mar caribe.
Nos reciben un clima durísimo, por el elevadísimo grado de humedad y calor, que todo lo impregna y te mantiene empapado de modo casi constante, un maravilloso Padre, el Padre Bladimir, una especie de santo en vida, y una comunidad de fieles… que a los pocos días nos había robado el corazón.

Día de descanso y aclimatación, ubicación, que no era la prevista por el Padre (acabamos en los salones parroquiales), cosas de la omnipresente Seguridad del Estado…,  e indicaciones del Padre de qué y con quién nos íbamos a encontrar allí y cuál era la principal tarea de nuestra misión (por fin me enteraba, había tenido que viajar miles de kilómetros para ello).

Nos adelantó que nos íbamos a encontrar con un pueblo dañado pero espiritual.
Así fue. Paso de la política, no me interesa en este caso, no pararía de soltar improperios que me guardo para mí, aunque sea palmario que allí nada puede ser desligado de ella, de ellos.

Me centro en lo que vale, en lo que ayuda, en lo que suma, no en lo que resta. Mirad.
La experiencia familiar no ha podido ser más gratificante y vivificante.
Ver a nuestros hijos soportar con una sonrisa permanente en la cara las muchas penalidades existentes, trabajando desinteresadamente con gente de todas las edades en su formación humana y espiritual, en su cuidado personal etc…, verles hablar de Dios a personas muy necesitadas, es algo que no puede explicarse con palabras.
La unión por un objetivo común tan sencillo como darse desinteresadamente, ha reeditado los pilares de la familia, ha fortalecido los lazos familiares.

No puedo ocultar que las condiciones son duras.
Lo son en el mero plano físico (carencia de lo más elemental para estar medianamente cómodo desde nuestro prisma occidental -a mí eso realmente no me importaba nada, pues a ello tiendo en mis correrías camperas, pero las busco para mí, no para mi familia.
No siendo, además, lo mismo buscarlo que te lo impongan-, poca limpieza, ausencia de higiene, de salubridad, la cierta posibilidad de coger alguna enfermedad y no poder tratarla adecuadamente por la ausencia básica de medicamentos apropiados…), pero terminan siéndolo mucho más en el plano moral y espiritual.

Vivir en primera línea como un ser humano es capaz de someter a otro hasta el extremo de robarle la esperanza, no es algo fácil de encajar. Y por mucho que te cuenten, no es lo mismo imaginar que sentir. Vista, oído, olfato y tacto se convierten en la línea de conexión insustituible que te permite interiorizar lo que vives. Hay que vivirlo, no queda otra.

Podría contar tantas cosas puntuales que alcanzarían para publicar un libro.

Viví momentos esperpénticos que hasta me provocaban hilaridad.
Viví la vida de “los otros” –como en la peli- y terminé queriéndola por ellos.


Nos encontramos con una comunidad cristiana incipiente, con un grupo de matrimonios (nuestra labor se centró mucho en su acompañamiento) fantástico, de gente sencilla, pero abierta a Dios de corazón.
Sin ambages. Un ejemplo para nosotros. Nos unimos a ellos en oración. Les ayudamos a rezar a creer en algo más elevado que su dura existencia. Les acercamos a Dios en la medida de lo posible.

Personas anhelantes por creer, por tener mayor esperanza.
La mayoría de la gente es culta, anhelan nuestra vida, la conocen de oídas, por foto, pero no pueden alcanzarla por imposición…, y medios tendrían para ello.
Una Cuba con nombres propios que nunca olvidaré.

Un grupo muy heterogéneo en todo, en edad, en condiciones de vida (realmente difíciles para la mayoría), incluso en pensamientos.

Sin embargo, con el denominador común de sentirse amados por Dios y por la Iglesia  (inconmensurable labor del Padre Bladi).
La parroquia de Santa Cruz, tiene una capilla de la Virgen, es un lugar de acogida, de encuentro, de refugio para muchos.
Se acoge a todo el que lo necesita, es la casa de todos y para todos.
Allí presenciamos el milagro de la multiplicación el primer fin de semana al recibir a 300 niños de campamento, a los que se dió de comer y beber, con la desinteresada ayuda de muchos, niños que al acabar no querían volver a sus casas…
La gente allí lo da todo, y no les sobra de nada, de nada. La solidaridad es la moneda de cambio.
También abunda el mal, pero dónde este abunda sobreabunda la Gracia.

La espiritualidad cristiana tiene en Cuba todo el sentido del mundo.
El desarraigo brutal en el que viven, la ausencia de vínculos, la completa ausencia de familia (a conciencia destruida), pueden ser limados, modelados, por el mensaje de Cristo.

Fue entonces cuando comprendí que nuestra presencia allí era muy, muy útil, con ser simples testimonios vivos de una sencilla familia cristiana que tiene a Dios como eje natural de la vida, de una familia con lazos fuertes, con dependencia los unos de los otros.
Las dos familias dimos ese testimonio vital y crecimos juntos.

No puedo dejar de mencionar el ejemplo de todos los jóvenes cubanos y españoles encargados de misión país, nuevos apóstoles del único mensaje válido para el mundo.
El de la esperanza en Cristo que conduce a una vida nueva.
Se repartieron por toda la isla, por ciudades más o menos necesitadas, y allí hablaron a pecho descubierto de Dios. Sencillamente encomiable.

Cuba, al igual que España, es tierra de María.
Allí María, en la advocación de la Caridad del Cobre, es la Reina del corazón de todo cubano que se precie, incluso de los no creyentes.
Todos la veneran. Cada uno a su estilo.
Eso facilita enormemente la tarea.

La Mater nunca abandonó esa tierra, como nunca abandona al que se siente y le demuestra ser hijo suyo.
Esa punta de lanza es el mejor trampolín para acercarles a Dios.
Los Padres diocesanos que allí trabajan hacen un trabajo impagable.

La gente está muy necesitada de afecto,  de seguridad en sí misma.
Muy necesitada.
La destrucción moral, impuesta, del individuo es muy grande.
Demasiado.

Te abrazan constantemente, ríen contigo, bailan contigo, son alegres e irónicos al extremo, muchos te sienten como padre, como madre, como hermano.
Y lo hacen con el corazón abierto.
Conversan, como les gusta decir a ellos hasta el extremo (tiene todo el tiempo del mundo), preguntan, atienden, y sobre todo no te quieren defraudar.
Están deseosos de aprender.
Debemos rezar mucho por ellos, y en la medida de lo posible prestar ayuda efectiva.
Nuestras migajas son un tesoro para ellos. Así de sencillo.
Todo suma allí, lo más insignificante aquí, contribuye allí a hacer feliz a la gente a raudales.

Esta mañana recibía un whatsapp de una grandísima amiga, miembro de mi grupo de vida matrimonial.
En su estado figura la siguiente leyenda: “Quién no vive para servir, no sirve para vivir”

Eso no es un estado de whastapp, es una completa necesidad vital.
En Cuba lo sientes muy hondo.

Y…claro, después de un mes de vivencias, todo eso no te deja indiferente, te golpea como un huracán, como desgraciadamente les ha golpeado Irma a ellos, y cambias, y ves el cambio en los que te rodean; y el cambio es bueno.

Y sientes, compruebas, defines, que solo hay un camino válido para sanarlo todo, un solo camino que todo lo ilumina, EL AMOR DE DIOS, y todo lo demás son los cuentos de las mil y una noches, cuentos chinos para intentar evitar de soslayo una realidad de vida que nos agobia y que se agota en sus propias limitaciones.

Gracias a Dios, a la Virgen, al P. Kentenich, al P. Bladimir y a Iñigo y Gloria, y sobre todo a mi mujer Elisa por llevarme allí, y a mis hijas por acompañarme, y por ayudarme a subir un peldaño más de esa escalera que debe llevarnos al cielo.

Gracias a mis hermanos cubanos por desprender de mis ojos las cataratas que me nublaban la vista.

El día 30 volvimos a España, con las maletas vacías por haberlo dado casi todo, habiendo dejado allí mucho…, pero trayendo setenta veces siete.
Volveremos.

Ramón Menéndez-Pidal.

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