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Quiero contar como conocí a Carlos, Ángela y Rafaela. Tres amigos estupendos que entre los tres suman 270 años. Todo empezó hace un año, en Septiembre de 2014 cuando volví a instalarme en Londres y decidí dejar la restauración y empezar a buscar trabajos o actividades de voluntariado que me permitieran pasar más tiempo con personas vulnerables.

Me hablaron del Centro de Mayores Miguel de Cervantes, una Asociación sin ánimo de lucro que reúne a españoles jubilados en Londres. El Centro acoge y da servicio a sus miembros sin distinción de afiliaciones políticas o creencias religiosas, los únicos requisitos exigidos son ser español y tener más de 60 años, o antes si se tiene alguna discapacidad. Su creación se remonta al año 1978 cuando un grupo de mayores decide asociarse con ánimo de darse apoyo mutuo. Muchos eran exiliados de la guerra civil, otros, emigrantes en busca de mejores condiciones de vida. En el centro social se organizan clases de informática, de lengua y cultura y de gimnasia para aquellos que tienen movilidad suficiente para acudir, la mayoría de los profesores son voluntarios o cobran una cuota mínima.
Para los otros, los que no pueden salir de casa, existe el Programa de Mayores y Dependientes, que da atención a personas discapacitadas, enfermas o con demencias, consistente en ayuda a domicilio o residencias, acompañamiento en hospitales, traslados y visitas a mayores que están aislados.
Este programa me llamó mucho la atención. Nunca hubiera imaginado que viviese tanta gente en Londres tan mayor, española, y sobre todo tan sola.

Centro de Mayores Miguel de Cervantes. Londres2
Primero conocí a Ángela, una galleguiña con mucho genio y un gran corazón que se mudó aquí después de la guerra. Nunca se casó y no tiene familia aquí, con sus 94 y sus achaques ya no se ve con fuerza para coger el metro atiborrado de gente hasta llegar al Centro de Mayores y socializarse con las amigas que le queden, así que, por turnos, varios voluntarios la visitábamos en su casa, un piso diminuto de protección oficial alegremente decorado con todas sus muñecas, vasos de chupito de toda España, tapetes blancos y estampas de más de cien Vírgenes. Una vez al mes, cita con el doctor en el hospital dónde le sacaban muestras de sangre y le volvían a recomendar comer más verde para aumentar el ácido fólico y no le rebajaban ni una de las 10 pastillas diarias, por lo que se quejaba mucho. Y cantando Lola Flores esperábamos el autobús que nos dejaría en casa.
Un mes después,  conocí a Carlos. Estaba entonces viviendo en un hospital mental desde hacía un mes pues se había desubicado completamente una tarde en su casa. Carlos llevaba varios años con un Alzheimer avanzado,  así que cada vez que iba a verle volvíamos a empezar. “Hola, eres nueva aquí?” Paisano del norte,  pasamos buenos momentos cantando Asturias Patria Querida hasta que un día di con la clave. Era un fenómeno al dominó. Recuperaba toda la energía en cuanto nos poníamos a jugar, ni que decir de la agilidad mental, sumaba cinco veces más rápido que yo y me ganaba casi siempre. Un sol de hombre. Soltero. Una vida larga habiendo trabajado durante años en el catering de los trenes.
Finalmente conocí a Rafaela, 96 años de Almendralejo, mi abuela de Londres. Primero ingresada en la uvi con medio cuerpo paralizado por una embolia, y enseguida trasladada a un centro de salud mental donde se fue recuperando rápido aunque nunca volvió a andar. Así que al visitarla ha habido de todo. Hemos leído juntas revistas del corazón españolas pero no le divierten pues ya no conoce a nadie y dice que las mujeres van todas desnudas.
Hemos peleado con platos de pescado que no se quiere comer, y cuando el clima de Londres da tregua, hemos disfrutado muchísimo paseando en la silla por un parque precioso que tiene al lado, le da la vida salir y ver a niños y perros corretear. Una nunca sabe cómo va a estar de cabeza pero, cuando está lúcida es una mujer adorable que me cuenta como se colaba en el gallinero de los cisnes antes de venirse a Inglaterra, muy joven, a trabajar en los trenes y en las casas. Dice que ya está cansada y que esto se le hace largo. Yo le contesto que tiene que aguantar hasta abril que nacerá mi niña y se la traeré para que la cuide. Me agarra la mano fuerte, sonríe y suspira.
Veremos que dice la primavera.

Por Victoria de la Mora Cienfuegos
Coordina María González-Valerio y de Alós

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